Si es
difícil imaginar un mundo donde la crueldad alcance su máxima expresión, todavía
lo es más si ésta se ceba con vidas inocentes. Niños entre 12 y 18 años, títeres
de un sistema atroz y víctimas del despotismo, son arrojados a la Arena para matarse entre ellos. Solo uno
podrá sobrevivir y todo será televisado.
A pesar del salvajismo, Suzanne Collins ha logrado
hacerse un hueco en la sección juvenil de las librerías con su trilogía Los Juegos del Hambre. La autora estadounidense abría, en
2008, las puertas de un nuevo mundo dentro del género ficción. Panem, el resultado de una organización en
Distritos numerados que llega tras el
Apocalipsis y los movimientos ciudadanos. Controlado por un gobierno, El Capitolio, que ejerce un mandato sin
discusión, tal y como lo haría una deidad.
Así es
como se presenta la trama en el primero de los tres libros, “Los Juegos del Hambre”. Un título chocante, incapaz de
entender sin antes adentrarte en la novela. ¿Cómo lograr que ligue la
connotación recreativa con una escasez vital? La clave llega con la protagonista, Katniss
Everdeen, una joven del pobre Distrito 12 que ve cómo el Día de la Cosecha sacude su rala existencia. Anualmente, cada Distrito, escoge al azar el nombre de un
niño y una niña que los representará en los Juegos
del Hambre. Una brutalidad nacida desde El
Capitolio para recordar a todos los Distritos
las consecuencias de una sublevación en busca de libertad que se llevó a cabo,
años atrás, contra el poder. Katniss Everdeen, 16 años, se convertirá en tributo
voluntario cuando ve salir el nombre de Prim. Inmanente a ella, su pequeña
hermana se librará en esta ocasión de la muerte. Sin embargo, Katniss pasará a
ser una nueva pieza del Capitolio junto
a su compañero de Distrito, Peeta
Mellark. Ambos emprenderán un viaje que activa el dispositivo de la
supervivencia. Si solo uno puede ganar los Juegos
del Hambre, uno de los 2 morirá. Eso dicen las reglas. Pero todo sistema corrompido
tiene su punto débil: Katniss avanzará en la Arena con una mochila de valores que logrará vencer sin armas al Capitolio.
También
es durante esta segunda parte, “En llamas”, cuando el lector sigue masticando
la barbarie en forma granulada. Katniss y Peeta han sido los únicos supervivientes
de los Juegos del Hambre, ya están
viviendo en la Aldea de los Vencedores aunque
convertidos en la amenaza más visible del Capitolio.
Además, el éxito de una historia de amor que se diseñó para ambos, con
vistas al espectáculo televisivo pero con el único objetivo de mantenerlos con
vida en la Arena, empieza a
cuestionarse cuando Katniss anhela su vida en el bosque con Gale. De nuevo en
el Distrito 12, Katniss será ajena a lo que ha supuesto su paso por los Juegos del Hambre: el respeto por la
vida, la lealtad, el sentimiento extremo y, sobre todo, la esperanza en un
nuevo mundo. La sublevación contra El Capitolio estalla en los Distritos y la sospecha de que existe un
Distrito 13, ajeno a la opresión,
hace que Katniss empiece a diseñar un plan de huida. No tendrá mucho tiempo ya
que El Capitolio le tiene preparada
otra sorpresa: una boda y el regreso a la Arena
de la mano de Peeta, conmemorando el Vasallaje
de los Veinticinco. Ahora no tendrán que enfrentarse a tributos anónimos sino a antiguos ganadores de la historia de los Juegos del Hambre. Tampoco a un bosque
con toda clase de trampas sino a una isla programada para morir. Solo habrá que
hallar la hora para resquebrajar la más alta tecnología del Capitolio.
Y
llegó “Sinsajo”, el símbolo de la revolución. No habrá en esta novela una nueva
Arena pero sí un campo de batalla. La
misión de llegar hasta El Capitolio, asesinar
a su presidente y construir un futuro donde la palabra libertad tenga
significado, será encomendada a Katniss. Superviviente del Vasallaje, en esta ocasión no por mérito propio sino porque era la
pieza clave de un plan de rescate diseñado por los rebeldes, se sumirá en un Distrito 13 que parece una escisión de
lo que Katniss ya conocía. Comidas
racionadas, pulseras que marcan lo que hacer con tu tiempo, creaciones de
soldados a mansalva y, de nuevo, la vida pendiente de ese hilo que manejan los
poderosos a sus espaldas. Katniss ha visto las cenizas de su Distrito, presenciado en vivo la muerte
y ahora es espectadora de las intervenciones televisivas que muestran a Peeta torturado
por El Capitolio. Tendrá que pensar
muy bien qué pedir a cambio si decide convertirse en el símbolo de la
revolución y hacérselo saber al gobierno. El cierre de la trilogía sigue despertando
dolor, impotencia y empatía con muchos de los personajes. Víctimas de un juego
que escribe la historia de sus vidas. Las líneas finales no se quedan ahí.
Suzanne Collins regala al lector un epílogo con una dosis de esperanza.
Página
a página. Me ha sido imposible no ir desarrollando una comparativa entre lo que
iba leyendo y el mundo en el que vivimos. Parece imposible hablar de un Capitolio capaz de manejar miles de vidas, hasta el
punto de jugar con ellas para calmar el entretenimiento. Donde la libertad se
convierta en un anhelo inalcanzable y se haga de la muerte un espectáculo. En el que exista el silencio del avox , la amenaza del muto, los polos económicos o
la tortura a base de veneno de rastrevíspula…
Quizá el mundo imaginado por Collins no dista tanto del nuestro.